Resumen
La evaluación, dentro del proceso educativo formal, ha sido empleada, en los modelos conductista, didáctico y tecnológico, como elemento excluyente, valiéndose de una supuesta neutralidad científica de la evaluación y del acto pedagógico, para imponer la cultura de una clase económica y políticamente más poderosa.
La propuesta, desde la pedagogía crítica, es darle un nuevo significado a la evaluación y al proceso educativo, donde los actores sociales -quienes históricamente han sido excluidos de la toma de decisiones- asumen un papel protagónico en la integración de sus culturas, pero sobre todo, en la transformación de sus prácticas sociales opresivas hacia otras liberadoras que sumen los ideales de justicia, de democracia y de libertad a las experiencias y a los discursos de los educandos, porque es cuando verdaderamente se viven y practican éstos que se pueden aprehender para luego aprenderlos, enseñarlos-transformarlos.
El papel del docente, es pues, el de identificar las opciones culturales opresivas, tanto de sus estudiantes como de si mismo, para erradicarlas a través de las prácticas democráticas-participativas y pluralistas, al mismo tiempo que enseña a aprender científica y artísticamente los conocimientos de las ciencias, las artes y los oficios.