Abstract
En el Tratado de Naturaleza Humana, Sección II, Parte IV, David Hume se pregunta por qué atribuimos existencia continua a los objetos y por qué asumimos que existen indiferente de nuestra mente y percepción. La respuesta de Hume constituye un doble desafío: un reto para el realismo, que sostiene que los objetos son físicos e independientes de nuestra existencia y percepción; también un desafío para quienes suponen que los cuerpos sí dependen de nuestras impresiones, a partir de las cuales les otorgamos el carácter de idea. En este artículo retratamos y reflexionamos –apoyados de ejemplos prácticos– la respuesta que Hume da a ambas perspectivas, esto es, que ninguna consigue asegurar inapelablemente la existencia incesable de los cuerpos; yendo más lejos, ni siquiera garantizar de manera fehaciente que realmente existen.