Abstract
La construcción de la cultura del consumo es una característica fundamental de la modernidad.
A través de los recursos materiales y simbólicos, se producen y sustentan las identidades. Estas se
construyen y reconstruyen a través de la forma de consumir bienes pero también, con la manera
en que se llevan a cabo actividades a través de las cuales se erigen apariencias y se organizan
tanto el tiempo de ocio como los encuentros sociales.
En Costa Rica, durante la segunda década del siglo XIX las opciones para las reuniones
públicas se diversificaron y se ampliaron igual que los bienes y los servicios. Por una parte,
las diversiones públicas se concentraron en cuatro escenarios: las fiestas oficiales, en particular
relacionadas con las actividades electorales y/o festejos civiles; las diversiones de elite aglutinadas
en el teatro, el cine y los clubes; los encuentros en posadas, cafeterías, fondas, billares y taquillas;
y las tradicionales actividades religiosas, galleras, turnos, ferias y mercados además de las
tertulias familiares o vecinales. Los juegos de azar y la asistencia a la Iglesia, constituyeron los
recreos más comunes. En algunas de estas reuniones participaron ambos, vecinos principales
y del común, pero en todas las ocasiones, guardando las diferencias a través del vestuario, los
alimentos que ingerían, los lugares que ocupaban en los recintos o en las procesiones.