Abstract
La novela centroamericana actual tiene varios matices distintivos. Uno de los más
relevantes es, sin duda, el que se refiere a la historia. Ya no una historia de los grandes hombres
y los grandes hechos, sino una historia de las historias cotidianas particulares y sus contextos
familiares. En este sentido, la novela Centroamericana actual recoge diferentes tendencias
analíticas que esbozan las realidades compartidas por América Latina como totalidad.
La novelística de la Memoria y el Olvido generada en nuestro continente realiza sus
ejercicios narrativos a partir de distintos cronotopos1 que cumplen el papel de colocarnos, como
lectoras y lectores, frente a una realidad compuesta de retazos, que posiciona la importancia del
ámbito privado dentro de la historia oficial para combatir el silencio del olvido: la gran historia
es una historia que cubre el pasado. Lo tapa con un delicado mantel de encaje, como quien cubre
la mesa manchada y vieja de un comedor elegante.
Ahora bien, existen varios espacios que escapan a este intento de la historia oficial por
encubrir lo que no debe ser recordado: uno es la tumba vacía y el otro la cocina –experiencia
cotidiana de las mujeres (guardianas por excelencia de la memoria)-; ambos se constituyen en
zonas de reconstrucción de la memoria, muy importantes para nuestra realidad latinoamericana
en general y centroamericana en particular, que quitan el velo a esa “historia del silencio”
(colocada como una suerte de precaria protección contra un pasado que no se desea recordar, y
que se convierte en la doble vejación de los muertos, olvidados una vez por las convenciones
sociales en nombre del “querer ser” de nuestras sociedades y vueltos a olvidar en la fosa común
vacía, despojados de identidad y enterrados en cualquier lugar del olvido colectivo).