Abstract
A lo largo de la historia, la relación entre religión y política ha sido escabrosa y conflictiva. Ha sido una relación de encuentros y malentendidos, pero también de sometimiento y complicidad.
En las sociedades antiguas, en las que predominaba la heteronomía y escaseaba la autonomía, la religión ocupaba un lugar prominente, ya que ésta era la garante de la ley y del “orden natural de las cosas”. Por esta razón, cuestionar la autoridad del emperador o del faraón en Sumeria, en Egipto o en Persia constituía un gravísimo delito, pues literalmente significaba cuestionar el orden establecido por los dioses. Se estableció así una estrecha alianza entre el poder político y los sacerdotes.